Los Sauces, San Pedro de Iturbide.

 
 


       “Once upon a time … and that time is now.”

from: Wonder

by Matthew Mcconaghey


Érase una vez … y esa vez es ahora.

de “Wonder”

por Matthew Mcconaghey



Vacaciones y Reuniones Familiares


Algunos de los Torres y de los de la Peña, los viejos en la actualidad, que nacimos en Iturbide después de la Segunda Guerra Mundial, tenemos entre nuestros mejores recuerdos y anécdotas de infancia los de los días de campo a la Laguna de Santa Rosa durante las vacaciones de Semana Santa o el verano. A veces también nos permitían pasar alguna semana en Los Sauces con abuelita Altagracia y la tía Alejandrina, o con la tía Elena, pues en casa después de clases ayudábamos con el cuidado de los animales, y a finales del verano  también lo hacíamos al sembrar o desyerbar el maíz y frijol sembrados.


En aquel tiempo este rancho tenía una huerta en la que había dos casitas de piedra con techo de palma, un corral grande, y agostadero para el ganado.


El agua del arroyo con que regaban los árboles de la huerta llegaba por una acequia que corría por la falda del cerro, pasaba junto a la cocina, a un lado del corral, y finalmente se depositaba en un estanque.


Durante los veranos y otoños abuelita y las tías se turnaban por temporadas allá para estar al pendiente de la cosecha de la fruta y de su envío al Pueblo, junto con la cuajada o leche de las vacas y las cabras.


Al trasladarnos de un lugar a otro siempre ocurrían incidentes que contar a los hermanos o primos que no iban con nosotros, pero lo que más nos gustaba era el “ayudar” a ordeñar las vacas o las cabras, a amamantar a los becerros o cabritos, y a juntar los aguacates, manzanas, duraznos, membrillos, granadas, uvas e higos que los mayores iban cortando.


El tiempo en que no estorbábamos el quehacer de los adultos lo dedicábamos a jugar en las hamacas o columpios, trepar a las trancas, buscar nidos de pájaros entre las ramas de los árboles, perseguir conejos o ardillas, “bañarnos” unos a otros con el agua cristalina del arroyo o, en temporada de lluvias, a ver desde la gran rueda de piedra que estaba cerca del barranco, a un lado del corral, como las crecientes del arroyo se llevaban algunos de los animales domésticos.


No es ninguna sorpresa que nuestros recuerdos de sensaciones infantiles se centren en aromas de frutas, verduras, yerbas y flores silvestres, o en olores de animales domésticos y tierra mojada.


En lo personal no sé por qué, habiendo tanta fruta, mis principales recuerdos de comidas a la mesa durante esas vacaciones sean de alimentos con lácteos, los que también acostumbrábamos en casa, como  tacos o gorditas de harina de trigo con nata o requesón, gorditas o galletas de masa de maíz mezclada con queso agrio o con cuajada y piloncillo, cuajada con suero o calostros para beber con azúcar, jocoque con sal y chile piquín seco en polvo, aguamiel de maguey sola o en atole de pinole, champurrado, y de postre miel de enjambre sola o con queso, sopeada con la tortilla o con ésta enrollada en forma de taco. Tal vez fuera el hambre que nos daba debido al ejercicio realizado, a que como dice el dicho “de ver comer dan ganas”, o a que no hubiera límite en la cantidad de alimentos que se nos permitía comer, porque “estábamos en crecimiento”.


Después de la “nueva diáspora”, desde finales de los años cincuentas, las grandes reuniones de familia en San Pedro sólo se hicieron alrededor del cinco de agosto, que era cuando el abuelo Elías cumplía años, los niños teníamos vacaciones escolares y había fruta en las huertas, por lo menos tunas. También se conservó la tradición de los días de campo y tardeadas o lunadas en esos días en que regresábamos quienes ya vivíamos fuera.


Cuando todo el clan salía de paseo el itacate lo preparaban entre todas las familias nucleares, generalmente eran gorditas y tacos en tortilla de harina o de maíz con diferentes rellenos, que transportaba una mula o un burro exclusivo para esa carga, y a la hora de la comida o merienda se compartía entre todos. La tropa avanzaba pie a tierra y nada más los pequeños iban en burro o los mayores se turnaban para cargarlos, sólo que fuéramos más lejos, como Tejocotes, Las Alazanas o La Salitrera, todos montábamos en burros o mulas. No era raro que de regreso a casa todavía se pudiera comer algunos de “los paseados” que habían quedado. Los postres que se acostumbraba llevar a esos paseos algunas veces eran semitas de harina integral de trigo con nuez, chorreadas con piloncillo, empanadas rellenas de cajeta o mermelada, o un atole cuajado más espeso que el flan para cortarlo en rebanadas, se le llamaba “manjar blanco” y generalmente lo hacían con leche de cabra, aguamiel de maguey y masa de maíz, a veces con un poco de azúcar y canela.

 


Los Sauces

                                                   Agosto de 2023.

Altagracia de la Peña G.

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